viernes, 14 de junio de 2013

EllA

Sabía que iba a astillarme las costillas por ella desde el primer instante en que la vi llorar y eso que apenas era nuestro segundo instante. Fue como oler la magia en sus lágrimas desesperadas.  Tan perdida ella en su propio camino, o tan mal acompañada. Tan brújula yo, o tan experta en compañías.

A la perfecta mitad de nosotras la parieron entre Sol y Sal de mar, bendecida por el duende que palpita en las islas y el color del azúcar de caña, de esa que me roba de las manos cuando viene a casa hundiendo la nariz en el bote y le veo hogar en los ojos y nostalgia manchada de amor y por un instante se aleja cuando se le llena el pecho; no me atrevo ni a tocarla por no traerla de golpe a esta tierra sin más ventaja que un sueldo carcelero a fin de mes.

Nunca he llevado la cuenta de las copas de vino compartidas, ni de las borracheras de pena que nos hemos dado. Las resacas siempre traían de regalo el motivo de la embriaguez elevado a infinito. 

Su llanto inagotable era mi cimiento, y mi fe en ella, su tejado. 
El día que se fue con sus alas nuevas, novecientas noches después, se me desplomó el tejado sobre un cimiento de cristal. Y de repente una extraña, yo. 
El día que se fue con sus alas recién estrenadas entendí que aquello que la protegía no era yo, era nosotras y nos cuidaba jodidamente bien a las dos. 

El día que ella se fue, de debajo de mis alas, llegó mi turno. Sin saber siquiera que estaba esperando en mi propia consulta. Allí, sola, ante mi, sin escapatoria alguna, sin verme venir y joder ¡qué miedo!
A los fuertes nadie nos atiende, no puedes llamar a una puerta buscando un ser que te sirva de ayuda, de hecho ni siquiera creemos necesitar la puta puerta. Nadie nos atiende, porque no saben cómo ni dejamos que lo sepan y aunque a veces nos acobarde la soledad, cuando ganamos esa última batalla sentimos que hemos ganado la segunda guerra mundial y nos creemos estúpidamente invencibles, ¡ja! Y esa prepotencia que sólo sale ante el espejo me llama idiota cada mañana. 

Sabía que iba a astillarme las costillas por ella desde el primer instante en que la vi llorar, lo que no sabía es que sus lágrimas desteñirían mi disfraz.

Pero aprendí a vivir conmigo o al menos a soportarme y podría vivir sin ella, lo que pasa es que no quiero. Quiero que me siga pintando las uñas para citas importantes, y darle sorpresas en forma de tostadas de aguacate y eneldo, quiero brindar todas las copas con sus ojos.
Y quiero que me enseñe a viajar metiendo la nariz en un bote de azúcar de caña.






lunes, 10 de junio de 2013

CaNÍBal


Cómeme
Cómeme entera
no dejes nada para otros.

Devora lentamente
los centímetros de mi piel
cada poro
cada hueso
cada curva.

Aliméntate de mi carne
que no quede nada de mi.

Pero antes dame tu último beso
mientras yazco en este altar
déjame marcar tu boca
con la firma de mis dientes
como Amén que bendice el alimento.

Y cómeme
cómeme entera
lamiendo la sal
de tu sudor macerante
Arráncame a besos la piel
laténte y húmeda de ti
Atrapa entre tus dientes mi pecho
hasta que el pezón se escape
del calor resbaladizo de tu boca.

... No permitas que les quede nada
No dejes que se acerque nadie
No me compartas

Solo tú, canibal
yo, suicida
tu hambre y mi cuerpo

y no termines nunca.