martes, 6 de agosto de 2013

AnTes

Antes de quererme deberías saber que me gusta dormir sola a veces, sólo serán un par de noches, la que consiga no pensarte tras las mil después de que me abandones y la noche tibia en que la muerte baile desnuda para mi.

Antes de quererme tendrías que saber que no soy de nadie pero estaré contigo hasta caer fusilada por tu espalda infinita. Que soy libre y en esta cárcel elijo tu pared para encadenarme.

Antes de que te quedes te diré que no voy a enseñarte a vivir, que no resolveré problemas que puedas solucionarte tú, ni plancharé tus camisas, porque odio planchar casi tanto como sonreír sin que me veas.

Te confesaré, para que sepas a dónde vienes, que mis pies andan sucios la mitad del tiempo porque a veces se ahogan con los zapatos y no quiero que te descalces conmigo, pero sí que no te importe.

Antes de que vengas te regalo un pase de quinientas horas para que me observes cuando estoy sola y tal vez tengas ganas de servirte otra copa para brindar en mi mesa, de abrazarme la pena, echar a los gatos de la cama, besarme la frente...tal vez quieras comerme la sonrisa, bajar el volumen, cambiar la música, follarme lento y hacer el amor muy fuerte. O tal vez pienses que soy mucha loca para ti y des media vuelta hacia dónde están todos.

Antes de que me quieras asegúrate de hacerlo. Olvida todo lo aprendido, que ni yo hice tus pedazos ni tú mis cicatrices invisibles.

Y si puedo pedir algo pediré que no nos mientas, vamos, que no hagas nada sin deseo  porque luego la desgana se engancha en las cosas, todo se va poniendo triste y aburrido y cuando te quieres dar cuenta ya no hay besos al llegar a casa, ni notas en la pared de la cocina, ni asaltos en la ducha para hablar de piel. Cuando se camuflan las ganas, se pasa del querer hacer al tener que hacer, y de allí, a la caducidad del amor, sólo hay un tiempo de declive y desencanto que por suerte no digiero demasiado bien y acabo yéndome a mi madriguera nueva y vacía a crear más cicatrices invisibles.

Anda ven, con ganas, que ya nos comeremos el miedo macerado en besos y ojeras de entre semana. Vente, que no soy más demente que cualquiera lo que pasa es que no sé disimular, y en este desequilibrio hay llanto pero nunca gritos. Ven, hazte caso. Y quédate para siempre, que aunque parece mucho tiempo, dura lo mismo que nunca.